Abrí los ojos. Después de
una completa oscuridad, pude ver la luz que se encontraba a lo alto de mi cabeza
lastimera. Miro alrededor para realizar el hecho de que me encuentro en un
hospital, lo cual me sorprende y desconcierta, pensé que nunca más iba a
despertarme; o al menos ese era el plan. Me levanto de la camilla de metal y me
dirijo a la salida. Nadie parece dispuesto a detenerme por lo que salgo. Camino
unas cuantas cuadras hasta que me topo con un parque y empiezo a caminar. Muchas
personas paseando sus perros o parejas tomadas de las manos, y el resto de la gente
no repara en mi presencia; pero una chica sentada en una banca me sigue con los
ojos bien abiertos Le devuelvo la mirada mientras me acerco. Me sigue observando
mientras me siento a su lado; y cuando termino de acomodarme, me doy cuenta de
que está vestida de una forma muy ¿oscura? para estar en el parque en un día
soleado, al igual que yo. No decimos nada, observamos a las personas que pasan
en completo silencio, y yo soy el que decide romperlo preguntándole cosas, a
las que ella responde de forma cortante o simplemente ignora. Después de aproximadamente
una hora, me dice que tiene que irse y que podemos vernos mañana a la misma
hora en el parque.
A la mañana siguiente, mientras
espero el autobús, todas las personas están mirando sus teléfonos y yo los miro
deseando tener el mío conmigo para no morir de aburrimiento. El transporte
llega y todos suben, pero antes de que yo lo haga, el conductor cierra la
puerta en mi cara y cuando golpeo para que me abra, solo se dedica a seguir
mirando al frente y a arrancar dejándome ahí parado. No me creo que me haya
dejado varado; sé que una parte de los conductores está automatizado: “abrir
puerta”-“cerrar puerta”, pero golpeé y grité lo suficiente para que, al menos,
volteara la cabeza.
Encaro el camino, que aparentemente
será a pie, hacia mi encuentro con la chica que no me dijo su nombre. Mientras camino,
una mujer que habla por teléfono se tropieza con una baldosa floja y cae: su
celular y bolso caen en la vereda. Intento ayudarla, pero cuando extiendo mi
brazo para levantarla del suelo, mi mano traspasa su cuerpo. Abro mis ojos y
frunzo el seño mientras doy pasos hacia atrás, un hombre que va a socorrer a la
caída atraviesa completamente mi cuerpo como si yo solo fuera de aire. Miro la
escena que está pasando en frente de mis ojos y entro en pánico. Pero ninguna
de las personas parece darse cuenta de que estoy ahí parado. Me largo a correr
sin dirigirme a ningún lado, solo para huir. Termino en el parque y de repente
viene a mí el recuerdo de que alguien sí me vio el día anterior: la chica de la
banca hasta habló conmigo y por eso tengo que encontrarla lo antes posible.
Recorro todo el lugar hasta que por fin me topo con ella, me acerco y le
pregunto cómo es posible que ella me vea y me escuche cuando ninguna persona lo
hace.
-Solo te diré una cosa-
comenta mientras se acerca – ¿Te despertaste en algún lugar inusual
últimamente? ¿Posiblemente un hospital?- asiento como respuesta
esperando que prosiga –Terminaste ahí por un
intento de sacarte la vida o un estado de depresión severa, ¿no es cierto?- vuelvo a asentir -Yo pasé lo mismo: nosotros
no queríamos vivir, odiábamos la vida. Nuestras muertes, no fueron por causas
naturales ni por un accidente y nuestras almas estaban rotas o perdidas. Somos los
otros, un par de almas en pena que rondan por aquí exactamente como nos
sentíamos en vida: como seres incomprendidos. Somos invisibles.